20090928

Guayaquil City


Siento un intenso calor recorrer mi espalda al apoyarme en una columna de concreto que todos los días debe de sufrir, ahí, inmóvil, el sofocante sol de invierno. Ahora comprendo las palabras de Manu Chao “Guayaquil City va a reventar, tanto calor no se puede aguantar”.

Un chiclero sobrevive sentado en su silla de la esquina. Incapacitado por su ceguera, se detiene ahí todos los días de su vida con su sentido auditivo muy activo. Siento entonces la necesidad de aliviar dos necesidades. La suya de ganarse la vida, y la mía de matarme poco a poco con un tabaco.

Me acerco al tipo y lo saludo. Sus ojos permanecen quietos mientras su cara demuestra una inseguridad de no saber que palabras se dirigen hacia él. Corroboro las mías con un gentil “me da un belmont por favor”. Inmediatamente sus manos comienzan a tantear su cajita llena de caramelos, chupetes, mentas, tabacos y demás. Su cabeza ya tiene establecido un mapa de la ubicación de cada producto, pero su búsqueda es justificadamente torpe. Prefiero entonces agarrar el cigarrillo y con palabras de confianza le informo que ya lo tengo. Pongo un par de monedas en sus manos y le agradezco. Él no dice nada. Yo soy nada más que una de las tantas voces que percibirá su sistema auditivo.

Regreso a mi irreverente ubicación, apoyado en la columna que sostiene monumental estructura. Cientos de personas caminan a mí alrededor. Un señor le llama la atención a dos niños de la calle, con una simple oración. “Flaco, se te calló ese papel” El sigue su camino mientras el pelado recoge a regañadientes el papel que acaba de tirar a la calle. Espera que el señor se aleje algunos metros y demuestra su rebeldía ante la sociedad volviendo a tirar el papel, y con palabras desafiantes reta al tipo que no lo alcanza a escuchar.

Una flaca de muy buena pinta pasa a mi costado. Un súbito y accidental encuentro de miradas ocurre, y cuando este termina observo a tres tipos atrás, tripeando con la flaca, cosas que solo calle 13 sabría explicar. Ella debe de aguantar eso todos los días.

La sabrosura de estas personas está plasmada en sus jeans gogoteros, aretes de 14 quilates, y peinados que le hacen a uno preguntarse “¿En que mierda estaba pensando este maricón?”. Hay que aceptar que para ser así se necesita personalidad.

Siento ahora un toque en mi hombro, una viejita de muy avanzada edad me extiende la mano. No habla, ni siquiera me mira, sabe que tan solo con su estado y su mano extendida es suficiente para generar una reacción. No tengo más monedas, ya me estoy matando con las últimas dos. Ella sigue su camino mientras llevo los que podían haber sido sus 15 centavos a mi boca. El humo que llevo a mis pulmones ya no calma tanto mi ansiedad. Lo repito una y otra vez mientras continúo con mi observación.

Una inmigrante de la sierra aprovecha la hora de salida de los colegios que se encuentran en los alrededores para vender mango y ciruelas. Recuerdo entonces el chiste de la manguera. Ella es amiga de todo el mundo pero nadie es amigo de ella.

Cientos de niñas se pasean por las calles mientras los gogoteros se ponen pilas con las féminas. De repente se arma un bullicio ocasionado por los gritos de aliento de muchas niñas que forman un círculo humano para observar una pelea de dos pelados que solamente buscan impresionar a las jovencitas en plena pubertad. No logro encontrar muchas diferencias entre este espectáculo y discovery channel. El ganador tendrá sexo ahora de noche mientras que el perdedor tendrá que irse cabizbajo, humillado por la muchedumbre.

Dos ejecutivos desentonan el paisaje con su cara de asco ante semejante show. Ya han olvidado que alguna vez fueron niños.

Se acabó mi tabaco, es hora de partir.

Lo que todas estas personas tenemos en común es que somos dueños de una vida. Y la de cada uno es la más importante para su dueño. Somos uno en cientos de millones. Yo, en este caso, soy la vida que se encontraba parada ahí en ese lugar, buscando algo de que escribir en el blog. Tú, ¿Quién eres?

0 comentarios:

Publicar un comentario